¿Cuánto miden las palabras los entrevistados?

Considerando valiosa la opinión de Eduardo Bellón, responsable de este área, es que decidí localizarlo para realizar una entrevista.

--¿De qué querés hablar? --preguntó, sonrisa de por medio.

--De la reunión, preguntále a él --agregó el ex árbitro, señalando a Alejandro Amiconi, instructor de la FIBa.

--Pero quiero hablar con Ud., porque también necesito consultarle otros temas. Uno de ellos es la suspensión de Olímpico-Estudiantes, del último domingo.

Bellón siguió caminando por el Polideportivo. Cuando volví a cruzarlo, insistí: --¿Ahora?

El hombre se corrió a un costado y enfrentó el grabador. Sí, enfrentó el grabador digital que contiene varios minutos de reportaje. Y se fue soltando. Quizás, al día siguiente, con la nota sobre la mesa (el título fue “Ojalá que las promesas se cumplan”) y con la (natural) repercusión que provocó en el ambiente, se dio cuenta de su, cuanto menos, incontinencia verbal. Y decidió llamar --en la antevíspera-- a una conferencia de prensa, pero sin permitir preguntas. Más bien fue un monólogo, casi la lectura de un comunicado.

Pretendiendo hacer una defensa y consciente de que la entrevista estaba grabada, a Bellón no le quedó otra que ampararse en que en ningún momento había visto el grabador (?) y que nunca se le aclaró que se trataba de una nota para publicar (?).

Refiriéndose a mi persona, me definió como un profesional sin códigos ni ética. Esto hubiera sucedido si publicaba lo que, en un fragmento, tras varios minutos de diálogo y cambiando su tono de voz, me aclaró: --Te lo cuento como anécdota--; ahí consideré el off the record. Entendí sus razones porque eran cuestiones muy delicadas y, justamente por ética, no las publiqué.

Al leer lo que Bellón declaró en la conferencia, tomé el grabador y repasé las preguntas y las respuestas del reportaje realizado mientras transcurría el segundo tiempo de Obras-Lanús, en la noche del jueves último.

Ahora bien, la duda es inevitable: ¿Miden las palabras los entrevistados antes de hablar? No cabe duda, al menos en este caso, en el que somos protagonistas involuntarios, atribuir la culpa al mensajero.

Fernando Rodríguez - La Nueva Provincia